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COVID 19: VIOLENCIA DE GÉNERO EN CONFINAMIENTO

Son varios ya los días que se encadenan sin poder salir de casa tras la declaración del estado de alarma por el Gobierno Español.  Son más de 170 los países en el mundo sumidos en la ardua batalla librada frente a la pandemia por COVID 19. Una lucha que pone a prueba, en presente y futuro, la capacidad organizativa de todos ellos y en cualquier nivel.

Quizás, desde la amenaza omnipotente que supone la infección del COVID 19, podemos llegar a tomar por fundamentales y necesarias, por fin, las reivindicaciones de tantos movimientos sociales.
Quizás, desde la amenaza omnipotente que supone la infección del COVID 19, podemos llegar a tomar por fundamentales y necesarias, por fin, las reivindicaciones de tantos movimientos sociales. Patricio Realpe/ChakanaNews

Leyre Collazo Palomo

Una de las consecuencias más directas por tanto, será clara. Sacar a relucir las fortalezas y carencias de nuestro defendido y “cuasi” venerado estado de bienestar, algo irremediable y necesario – diría yo -. Mecanismos individualistas y privativos componen la maquinaria que, en momentos de crisis, excluye con mayor vehemencia y sin escrúpulos a los colectivos más vulnerables. Los sometidos en favor del bienestarde unos pocos.

LOS INVISIBLES

Personas con diversidad funcional, dependientes, trabajadores dedicados a los cuidados de manera formal o no formal, niñ@s, personas mayores o mujeres. Son sólo algunos de los grupos más castigados en la sociedad. Por fatalidad recurrente, de entre ellos, serán las mujeres las que vivan con mayor intensidad la interseccionalidad de estas distintas realidades, potenciadas, ahora más que nunca, por la emergencia sanitaria.

Hablamos de ser las menos empleadas y por tanto las más pobres. Nos referimos también a suponer el mayor número de analfabetos del mundo o, ser las que sufren abusos sexuales desde niñas, entre otras cuestiones. Una lista de violaciones sistémicas y estructurales de derechos, que nos colocan a la cabeza de las desigualdades.

Asimismo, todas entroncarán un origen común, ser producto de las dinámicas de género. Ser mujer hoy, promueve la susceptibilidad a variadas formas de maltrato y, también, al brote de COVID 19.

Llevamos sometidas miles de años a múltiples mandatos y dictámenes  productos de la construcción que ha hecho la sociedad entorno a lo que significa ser mujer.

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Es lo que conocemos por género. Este rol femenino se ha definido más allá del comportamiento estereotipado y normativo, haciéndolo incluso a través de factores de riesgo que coartan nuestra propia salud.

La asignación esencialista de las tareas de cuidados, desempeñadas desde el reparto desequilibrado con los hombres, – (información del INE actual.el pasado junio del 2019) -, dibuja una situación pandémica poco alentadora.

El cierre de las escuelas como método preventivo o la conocida vulnerabilidad de personas mayores frente al virus, hizo desde el principio, que muchas mujeres sintieran el peso y la presión extremos como principales responsables a tales efectos. Somos las cuidadoras por excelencia y por condición impuesta.

ONU Mujeres y otras entidades independientes, visionarias de las consecuencias de la jerarquización de trabajos, comienzan en respuesta una campaña que resuene en todos los gobiernos y medios. Instan a tomar una medidas que “aseguren la dimensión de género a la hora de distribuir los recursos”.  Ser mujer nos expone más que al resto.

CONFINAMIENTO QUE NO PROTEGE

De entre muchas de las situaciones que generan esta violencia de género – apelando a la realidad -, preocupa sobremanera una de ellas. El confinamiento en el hogar, recluye a muchas mujeres a subsistir bajo el mismo techo que sus agresores, dejándolas expuestas al maltrato físico, psicológico o sexual.

Parejas que desde su paradigma machista, cuentan con el cobijo del confinamiento para acorralar a sus víctimas. Hombres en su mayoría que usan a sus mujeres como elementos de descarga de tensiones, siendo incapaces de autogestionarlas.

Son muchos los países que, en una medida u otra, se han puesto en marcha para hacerse visibles y útiles promocionando la mayor cobertura posible a estas víctimas. En España y desde el Ministerio de Igualdad, se anuncia desee hace días, un Plan de Contingencia que sostenga como esenciales todos los servicios a la protección de dichas mujeres.

La atención plena y constante del 016, la operatividad de los juzgados de violencia contra la mujer, pisos tutelados o centros de emergencia velarán por su seguridad.

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Se unen como novedad, servicios de mensajería instantánea a los cuerpos y fuerzas del estado, chats de atención y asistencia inmediata o guías de acción frente a situaciones de abuso.

Son propuestas para diversificar las vías de ayuda ante las dificultades de acceso a la información o a dar el paso de la denuncia. No obstante, como mujer, entender la importancia superlativa, no solo de los recursos oficiales, sino de los que suponemos como agentes sociales de alerta, deberá ser parte de la solidaridad que emane estos días.

Empatizar con el horror de mujeres que viven en permanente estrés es vital. Cuestionarnos como, cada uno de sus movimientos o de sus palabras, puedan ser causa de una paliza, es sencillamente imprescindible por inhumano y cruel.

Un sistema, que exento de trances víricos, no ha demostrado protegernos como debería, siembra la duda – más que legítima – sobre su capacidad actual para abordar tal problemática. Por tanto, la alternativa se vislumbra clara desplazando la confianza hacia otra dirección.

Se yergue hacia la creación de espacios asociativos, unidades de apoyo mutuo con los que actuar de forma más rápida y eficaz. Vecinos, comunidades y organizaciones unidas para cooperar contra la violencia. Individuos que, ajenos a Estados desbordados, mantengan la premisa común de que el bienestar del otro sea síntoma de su propia salud; sin dejar a nadie fuera.

CONSECUENCIAS MAS ALLÁ DE LA CRISIS

Desde esta red que intenta cubrir las faltas de un Estado en versión totalitarista y que no consigue solventar la necesidades particulares de todos su ciudadanos, se plantean otras responsabilidades y modelos de acción. Las opciones hasta la fecha son las razones para el empeoramiento que desgasta, poco a poco, una sociedad maltrecha de neoliberalismo capitalista y caduco. El modelo de competencia y producción no salva a nadie, y menos a las mujeres.

Dos o hasta cuatro semanas recibiendo continuas  y fieras embestidas aniquiladoras del autoestima, generando miedo, soportando abusos sexuales, interiorizando el sexismo y la culpa o sumidas en una profunda depresión, son algunos de los efectos seculares; tanta violencia no terminará con ninguna vacuna. Por ese mismo motivo, será de indiscutible planteamiento, un nuevo escenario superada la crisis que no culmina con el encierro forzoso, va más allá del terror de la convivencia de estos desdeñosos días.

Tenemos que estar preparados, ahora y mañana, para cuando las puertas de muchos hogares se abran. Tendremos que agudizar nuestros sentidos para sensibilizarnos a esas voces, ahogadas y silenciosas, de quienes reprimidas hasta el borde de la extenuación, no puedan pedir auxilio. Cuando todo esto termine, empieza otra labor para la que deben destinarse los recursos oportunos que no dejen a nadie atrás.

Hoy, el COVID 19, coloca en jaque al conjunto de las sociedades así como a sus instituciones pero, no solo sanitarias o económicas. Hace tangibles los desequilibrios más injustos e invita a una reflexión profunda, siempre que deseemos recoger el guante.

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Quizás, desde la amenaza omnipotente que supone la infección del COVID 19, podemos llegar a tomar por fundamentales y necesarias, por fin, las reivindicaciones de tantos movimientos sociales. Estos, conscientes en primera línea de las desigualdades, persiguen romper el “estatus quo” que monopoliza un bienestar demasiado onírico y frágil, sólo apto para unos pocos.

En tal contexto, si tomamos como ejemplo la lucha que aglutina más fuerza en los últimos tiempos y que lidera la igualdad como rebeldía, destacaríamos sin dudar la propuesta del movimiento feminista. Una iniciativa que anhela remodelar la sociedad desde la diversidad e inclusión. La misma que ya lo pretendía allá por los años 70 y a través de una beligerante Kate Millet.

En aquel entonces, nos iluminaban con la conceptualización de la opresión, la misma que, a pesar de los tiempos, baña vigente nuestra rutina en el S.XXI. La que coloca en bandeja de plata a la mujer frente a la dictadura masculina y nos deja a merced de la violencia patriarcal. La que se alimenta del machismo, mercantiliza nuestra intimidad o explota nuestros cuerpos.

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Una organización política, social, religiosa y económica que, como hoy vemos del mismo modo, sometía – y somete – a una mujer ubicada siempre en el segundo plano. Si no somos muy ortodoxas, en nuestro presente lo definimos como “techo de cristal” o brecha salarial”. Si lo somos, podríamos definirlo con cada uno de lo más de 1.050 nombres de las asesinadas desde que se tienen registros.

Entre ellas y a resaltar en estos días de confinamiento, destacamos por justicia a la joven de 35 años que fallecía frente a sus hijos menores y a manos de su pareja en Castellón. O la que casi lo hace degollada en Sevilla bajo el mismo sufrimiento aislada del mundo. La violencia de género es un síntoma de la infección por COVID 19.

Es por ello, que en medio de una de las disposiciones de mayor transcendencia en la especie humana, se juega su sostenibilidad como conjunto. Ser autocríticos como colectivo para cuestionar si este es el modelo que deseamos perpetuar es esencial a la vez que un ejercicio de honestidad. Si seguimos enmudecidos ante tales barbaries corremos el riesgo de convertirnos en desalmados de sangre fría.

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La conclusión ya se ponía hace casi 20 años en el primer Informe Mundial sobre Violencia de Género elaborado por la OMS. La violencia ejercida sobre las mujeres era ya y desde hace siglos, una epidemia” – no digamos en 2020 -.

Ésta no se combate con mascarillas, batas o geles de alcohol, ésta no se contagia por el aire, sino en silencio y al auspicio de la falta de educación y el patriarcado más corrosivo. Las mujeres mueren por millones a manos de la violencia de género, y el COVID 19 aúna esfuerzos, determinando a la vez su supervivencia.

Seamos responsables con los retos que nos plantea el virus y despertemos frente a las debilidades que arrastramos. Si deseamos resurgir como seres más maduros y justos, rescataremos nuestras conciencias del egoísmo corrupto para entregarlas a la solidaridad y el apoyo mutuo. Pondremos fin a los virus que acaben con la vida, se llamen COVID 19 o VIOLENCIA DE GÉNERO.

Re escribiremos una historia diferente bajo el pulso de mujeres y hombres, que cuente cómo llegó el día en que la igualdad nos hizo seres más empáticos y una sociedad más fuerte. Que cuente que una vez un virus nos contagió a todos de solidaridad.

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