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ABORTO CON PERSPECTIVA DE GÉNERO

La sociedad en la que se desarrolla nuestra realidad es, en demasiadas ocasiones, un lugar muy hostil para la fragilidad humana. El aborto, es una vivencia que nace de esa vulnerabilidad, y, aunque goza de milenios de historia, nunca generó consecuencias tan devastadoras como las actuales en la salud femenina. Según el Instituto Guttmacher*, entre 2015 y 2019, hubo 121 millones de embarazos no deseados al año, y, de ellos, el 61% terminó en aborto. Además, la OMS añade que, en ese mismo intervalo, se producen 47.000 muertes de mujeres por dicha práctica en condiciones inseguras. Todo por el ABORTO CON PERSPECTIVA DE GÉNERO.

En los pueblos andinos, la violencia contra la mujer es muy grave y los gobiernos no han dictado leyes para protegerlas.
En los pueblos andinos, la violencia contra la mujer es muy grave y los gobiernos no han dictado leyes para protegerlas. ©Patricio Realpe/ChakanaNews.

Texto: Leyre Collazo Palomo

Expuestas estas certezas, de forma insoslayable y bajo tal contexto, hacen que tomen valor unas palabras – sordas para muchos – de Eduardo Galeano que rezan así, << ¿No es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las feministas que dicen que si nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo? >>.

Estas líneas colocan boca arriba y sobre la mesa dos ejes fundamentales que, a mi entender, vertebran el aborto en la actualidad. Uno de ellos, cristaliza la expresión de control y poder hegemónicos orquestados por una masculinidad tóxica. Y el otro, en vistas a la legislación vigente, es un recurso sólo apto para privilegiados. En consecuencia, la regulación del aborto se ha convertido en origen e inferencia de múltiples disentimientos y debates encarnizados. Una discriminación transversal a diferentes condiciones tanto sociales, económicas, culturales o políticas.

No es una eventualidad, por tanto, que sea una práctica tan cuestionada desde diversos prismas que critican y enjuician sistemáticamente a las corporalidades gestantes. Como bien expresaba Galeano, existe un sesgo que discrimina en términos de género. Se margina a las mujeres y niñas del mundo potenciando grandes carencias en su salud sexual y reproductiva. Un desequilibrio que hace indispensable incluir una nueva perspectiva que contemple la especial criminalización en su trato y luche por subsanarla; una perspectiva de género.

HISTORIA DE LIBERTAD Y ABUSO

Se abren carnes al hablar del aborto, su significado o prácticas. Se enfrentan diversas ideologías, e incluso, bajo ciertos dogmas, se acusa de asesinato. Sin embargo, a un nivel menos moralista, definir el aborto desde un contexto de derechos fundamentales puede establecer un punto de partida que invite al consenso social y menos controvertido. Según la OMS, se trata de la interrupción de un embarazo tras la implantación del huevo fecundado en el endometrio antes de que el feto haya alcanzado viabilidad, es decir, antes de que sea capaz de sobrevivir y mantener una vida extrauterina independiente”.

Sin embargo, en este sentido, su etimología ha sido dispar. Si nos remontamos a tiempos de las Antiguas Civilizaciones, encontramos registros escritos en el propio Egipto (“Papiro de Ebers”) a través de los que se divulgaban recetas para detener el embarazo (1.500 a.c). Los mismos avalaban dicha práctica. Más adelante, griegos como Sócrates se referirán al aborto como “derecho materno”, ejercido sin tener que contemplar la opinión del hombre. También lo hará Aristóteles, que incluso dibuja un marco espiritual a tal cuestión. Él indica que el feto no estará vivo hasta los 40 y 80 días de su gestación.

En China, Persia e India se han descubierto yacimientos arqueológicos con instrumentos propios para llevarlo a cabo.  Y de manera similar, desde el Nuevo Mundo, llegan cosmovisiones que entienden el aborto como una parte más de los ciclos de la Madre Tierra (Pachamama). A decir verdad, existe un amplio registro de evidencias como para inferir que, al menos durante una parte de nuestra historia, la interrupción voluntaria del embarazo distaba de ser un proceso traumático y condenatorio para la mujer. Se entiende más bien, que se refiere a un proceso elegido y natural.

Ahora bien, otros periodos más recientes no han sido tan benévolos en su interpretación. La irrupción de nuevos paradigmas, religiosos y económicos, colectivizó un imaginario bien diferente. Por ejemplo, según la religión católica, la gestación es una “Obra de Dios”, inmutable y primordial, ajena a la voluntad de la madre. Tanto es así, que les alienan de sus propios cuerpos y les castigan si deciden ponerle fin. Para la Iglesia y su obra, las mujeres nunca han sido relevantes, salvo a lo que dirigir su sexualidad se refiere. Sexualidad, la de las mujeres, que investida poco más que como diabólica, era una obligación de fe y estado controlarla.

La evolución de este último, por añadidura, ha sumado esfuerzos en la expropiación de la autonomía femenina. Por su cuenta, y bajo diferentes formas feudales o capitalistas, ha clavado su ojo inquisidor en la capacidad reproductiva. La mayor lección al respecto, podemos apreciarla, como nos ilustra la teórica Silvia Federici, en la caza de brujas, << claramente orientada a quebrar el control que habían ejercido sobre sus cuerpos y su reproducción (…). Literalmente demonizó cualquier forma de control de la natalidad y de sexualidad no-procreativa. Al mismo tiempo también acusaba a mujeres de sacrificar niños al Demonio>> (1).

Por intereses demográficos, productivos o espirituales, las mujeres eran acusadas por infanticidio en los siglos XVI y XVII en Europa. Las parteras eran expulsadas de los alumbramientos. O también eran acusadas las madres por no realizar esfuerzo suficiente en los mismos. En definitiva, se desplegaban sendos recursos “legítimos” que impusieron una relación de esclavitud entre las mujeres y su sexualidad. << A partir de ahora sus úteros se transformaron en territorio político controlado por los hombres y el Estado >> (2). Para evitar la despoblación, garantizar la fuerza de trabajo o servir a Dios, las mujeres no podían decidir libremente.

Las mujeres y niñas, identificadas de forma global con la pobreza, con menor inclusión laboral o, peores condiciones sanitarias y educativas, sufren las consecuencias de un sistema (Estado y religión) paternalista que decide por ellas y que implementan la violencia machista y la iglesia pedófila.
Las mujeres y niñas, identificadas de forma global con la pobreza, con menor inclusión laboral o, peores condiciones sanitarias y educativas, sufren las consecuencias de un sistema (Estado y religión) paternalista que decide por ellas y que implementan la violencia machista y la iglesia pedófila. ©ChakanaNews.

PENALIZACIÓN DEL ABORTO, UNA PESADA HERENCIA.

En la actualidad, América latina, es una de las regiones, junto con Asia y África, donde se concentran más disposiciones contra la práctica de interrupción voluntaria del embarazo (IVE). Y esto, no es ni mucho menos una casualidad. Casi el 70% de la población profesa una religión católica. El resto, pertenece a un creciente evangelismo en comunión con políticas neoliberales – fundamentalmente –. Hecho nada fortuito ya que cataliza sus creencias religiosas en políticas públicas alejadas de la educación sexual (anticoncepción o planificación familiar). Y por supuesto en contra de la legalización del aborto.

Acorde con ello, encontramos hasta 5 países donde se penalizada esta práctica sin excepciones, hablamos de El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y Haití. Zonas en las que, adicionalmente, confluyen las rentas per cápita más bajas de todo el continente. No obstante, existen algunos referentes en los que las restricciones no son tan férreas, y, contemplan al menos, otros supuestos. Las legislaciones frente al aborto, son tan divergentes como las sociedades que las sostienen. Aunque en muchas ocasiones, y como vemos a través del activismo en las calles, sea en contra de su propia voluntad.

No podemos pasar por alto tampoco, que el 97% de las mujeres gestantes viven en esos países donde las leyes para abortar son más restrictivas. Sin embargo, sólo el 5% de ellas, de entre 14 y 44 años, vive en los 6 países en los que el IVE se desarrolla bajo criterios más amplios. Mientras, es, además, la única región del mundo en la que aumentan los embarazos de niñas, y la 2ª con la tasa de embarazos adolescentes más alta (LATFEM). Una lista de datos que contextualiza como en aquellos lugares donde el número de abortos (peligrosos) es más alto, los marcos legales son más estrictos.

Cuestiones que enraízan, como explica CLACLAI (Consorcio Latinoamericano contra el aborto inseguro) con un menor acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva. Esta se ha incrementado aún más en pandemia. Y en estos países hay una mayor criminalización del proceso. “Mientras el aborto siga siendo un delito, habrá espacio para imponer esa visión personal que sólo crea barreras y supedita el derecho a abortar a un 3º”, argumenta Laura Gil, ginecóloga de la Fundación ESAR.

En este momento, al exponer el efecto concomitante de las creencias y la jurisprudencia de un Estado, se debe recordar a tantas mujeres y niñas muertas, o con graves secuelas por someterse a estas prácticas clandestinamente. Muchas, víctimas previas de violaciones perpetradas por personas de su mismo círculo familiar o de amigos.

Mujeres que han de soportar la vulneración y el quebranto de sus derechos sin más reconocimiento que la culpa. Y eso, cuando no se habla de condenas a prisión de hasta 30 años. Este fue el caso de la conocida Teodora Vázquez, encarcelada tras dar a luz a su hijo ya muerto (El Salvador) – ya en libertad-.

En la actualidad, se ha demostrado, ampliamente, que convertir el aborto en un delito o restringir su acceso no impide, ni de lejos, su práctica ilegal y consecuencias terribles. Las mujeres y niñas, identificadas de forma global con la pobreza, con menor inclusión laboral o, peores condiciones sanitarias y educativas, sufren las consecuencias de un sistema (Estado y religión) paternalista que decide por ellas. Decide colocarlas en una posición de inferioridad y dominación para mantener un statu-quo que siempre favorece a los mismos, privilegiados hombres blancos cis-heteronormativos con recursos.

FUTURO PARA EL ABORTO, UN CAMBIO SOCIAL.

Decía la académica Riane Eisler en su Best-seller “El Cáliz y la Espada”, que << La nuestra tenía que ser la edad moderna, la edad de la razón, la Ilustración debía reemplazar a la superstición; el humanismo a la barbarie; el conocimiento empírico debía de tomar el lugar de la palabrería y el dogma (…)>> (3). Y, sin embargo, esa razón ha fracasado. Introducimos la ideología con la que nos identificamos en la construcción de leyes. Damos permiso a su debate versus el derecho humano a decidir, y mezclamos con ello conceptos como la convicción y la responsabilidad.  Se legitima muerte en lugar de cuidar la vida.

Aún hoy, se experimentan retrocesos en legislaciones positivas ya vigentes. Como la prohibición del aborto a partir de la 6ª semana recientemente en Texas (EE.UU), o la modificación de ley en Polonia a principios del año en curso – eliminando el supuesto de malformación del feto -. Tampoco se puede olvidar la criminalización de mujeres que quieren ejercer su derecho al aborto, aun cuando les ampara la ley. Existen campañas que boicotean la acción de clínicas donde se practica. Práctica ésta, recientemente penalizado por el Congreso de los Diputados de España. También nos encontramos con la objeción de conciencia de los profesionales.

Por contra, en el último cuarto de siglo y gracias a la influencia de los feminismos, son más de 50 países los que han desarrollado un marco jurídico diferente; promocionan un mayor acceso al aborto. Argentina, y su marcha marea verde, es, por ejemplo, uno de los referentes más emblemáticos al respecto, fruto de una histórica protesta. Sin dejar de recordar la despenalización del mismo en el estado de Coahuila por la Suprema Corte de Justicia de la Nación en México, entre otros. Todos ellos, referentes del cambio social necesario para emancipar a muchas mujeres y niñas ante embarazos no planeados.

Será imprescindible, decididamente, una transformación que mude los valores del individualismo, la competitividad y la acumulación de nuestra sociedad actual, a otros más compatibles con la vida. Será vital a la vez, acogernos a la lucha por la igualdad entre géneros. Lucha que facilite su equidad a nivel global y en diferentes esferas, como la salud sexual y reproductiva. Habrá que invertir en políticas de educación sexual integral, ampliando el abanico de métodos anticipativos y servicios de planificación familiar.

El aborto, no podrá ser una cuestión de opiniones, sino una cuestión de derecho vital para evolucionar como sociedad de bienestar. Una práctica cuyo saber ha pasado de unas generaciones a otras como signo de autonomía y libertad sobre sus cuerpos, hoy degenera y empobrece. En pleno Siglo XXI, tiñe con más dolor aún historias de abusos sexuales y matrimonios infantiles. Sus connotaciones religiosas y políticas priorizan las narrativas masculinas que violan y esclavizan, adoctrinan y discriminan.

En conclusión, por ende, hay que reclamar la necesidad imperante de reapropiación de los cuerpos. Una disposición feminista que aleja a las mujeres de ser territorios de guerra y conquista ajenas. Y que acerca a la sociedad a una perspectiva más equilibrada con el fin de recuperar su libertad. Para ello, de nuevo los feminismos y su perspectiva de género pondrán el acento en el lugar correcto.

Bibliografía:

•    (1) y (2): Federici, Silvia (ed.2021). Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficantes de sueños (Historia).

•    (3): Eisler, Riane (ed.2021). El Cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: Culturas Pre- patriarcales. Madrid: Capitán Swing Libros S.L.

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