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URKU RUNA WARMI

Kinti comprende perfectamente que, en su eterno retorno, volverá su espíritu y su materialidad a ser parte del Imbabura, porque ella es runa warmi, mana yanka runa warmi, sino urku runa warmi…

Kinti
Fotografía: Martín Cango

Jéssica Santillán

Una de sus canciones favoritas inicia con la frase: «Yachankichuk pitak kanki» (¿Sabes quién eres?). Pitak kani (¿Quién soy?) se pregunta mientras mira los ojos de su madre. El color de la Pachamama está en su mirada. A pesar de que los dogmas y religiones han opacado sus historias y vivencias, allí está su respuesta.

A Kinti le gusta mirar cómo su madre se viste con su anaco. Recuerda que cuando era niña mamá siempre la ayudaba a ponérselo. -Primero la mamachumpi y luego la wawachumpi -, le decía. Ahora ya lo hace sola, pero cree que aún no tiene la habilidad que su mamá demuestra al vestirse en un parpadeo.

También, le gustan las innumerables camisas o blusas bordadas de colores que usa mamá. Hoy, Kinti puede elegir entre varios diseños; en el centro de Otavalo, los días de feria, son extraordinarios por la cantidad de ropa y demás que se venden ahí. -Por la moda, que dicen, las camisas van cambiando, a mí me gustan así más anchas y con urachaki-, le dice su madre.

Kinti
Fotografía: Martín Cango

A Kinti siempre le pareció muy útil contar con una umawatarina; es de color negro con franjas blancas en los extremos. Su madre se amarra la umawatarina en la cabeza y cuando hace mucho calor, realiza un doblez y listo: tiene un sombrero para protegerse de los rayos del sol.

Pero lo que más le gusta a Kinti es la wallka y las makiwatana. El dorado de la wallka se refleja también en los aretes y en un día de sol, pueden deslumbrar.  Su madre siempre ha sido cuidadosa al ponérsela y quitársela; nunca cocina sin antes retirarse la wallka e igual procedimiento realiza con las makiwatana.  -Toma mija, ponte estas, guárdalas, cuídalas bien-, son las recomendaciones que le hace mamá cuando le obsequia wallka o makiwatana. Ella y su padre no son de muchos recursos, pero nunca dejaron de preocuparse porque su hija vistiera igual que ellos y sus abuelos.

Aún perdida en la mirada de mamá, Kinti recuerda que en algún momento de su vida escuchó hablar sobre el Pachakamak, como una espiral, como una chakana. Cierra sus ojos, todo está oscuro, solo unas luces parpadeantes le muestran el camino y sucumbe por una espiral interminable.

Kinti
Fotografía: Martín Cango

¿Qué hay al cruzar ese puente? La voz de su madre y sus abuelas, y el eco de su padre y sus abuelos le dicen: Kaymi kanki; kampak taytaka mana yanka runachu kan, urku runami kan; shinallata kanka mana yanka runa warmichu kanki, urku runa warmimi kanki; ama kunkankichu, alli shunkuta charinki, allikuta kawsana kanki (Esto eres; tu padre no es un ser humano común, es un ser del cerro; asimismo tú no eres una mujer común, eres una mujer del cerro; no lo olvides, tienes un buen corazón, debes vivir bien).

Como un susurro crece el sonido de la vida, el latir del corazón se vuelve estridente. A su alrededor se dibuja el urku, el cerro, es el Tayta Imbabura; y el corazón se posa en él, la oscuridad se aleja, solo se ve su majestuosidad.

Ahora, Kinti entiende, ahí pertenece. Y aunque varias veces han tratado de encasillarla con palabras como: de esta nacionalidad, otavala, india, etc., solo ella sabe qué es y a dónde pertenece, porque no la pueden encasillar; no es esto o aquello, no es cómo los demás la llaman para entenderla, para aceptarla. No se puede explicar en palabras; si no puedes corazonar, no lo entenderás.

Kinti sabe que es diferente, que no es igual que los demás y que en su diferencia se manifiesta la magia del Tayta Imbabura; ese corazón late en el suyo y se deja ver por la dulzura de su idioma, por la alegría de sus ropas, por la extensión de su cabello, por el color de su piel…

Kinti comprende perfectamente que, en su eterno retorno, volverá su espíritu y su materialidad a ser parte del Imbabura, porque ella es runa warmi, mana yanka runa warmi, sino urku runa warmi…

Kinti
Fotografía: Martín Cango
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