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GRAFFITI EN EL METRO DE QUITO: MIOPÍA Y CONVENIENCIA

La llegada del metro a Quito significa un gran cambio para la ciudad. Más allá de su posible utilidad como solución al problema de movilidad, el metro también altera y cuestiona algunos sentidos sobre el espacio público, la integración de diferentes sectores sociales y la fragmentación social que existe en la ciudad.

Apenas unas horas después de haber llegado el primer vagón del metro, el municipio de Quito denunció que alrededor de 20 personas ingresaron al predio donde se encontraba el vagón e hicieron una pintada o “graffiti”. Inmediatamente, el municipio y sus autoridades calificaron como un acto vandálico lo ocurrido la madrugada del 9 de septiembre. Dejando de lado el hecho del ingreso violento a las inmediaciones, calificar como vandalismo al graffiti tiene repercusiones importantes. La primera de ellas es la criminalización exagerada y mediatizada de una parte de la ciudadanía que busca su expresión, haciéndolas comparables con otros actos delitos más graves. De hecho, el alcalde Mauricio Rodas ofreció una recompensa de 100.000 dólares a quien ayude a identificar o capturar a los grafiteros. No cae en cuenta que la criminalización no va a desaparecer el graffiti de la ciudad, sino que lo va a volver más intenso y más deseado por quienes lo realizan.

En este sentido, el alcalde muestra un profundo desconocimiento de los sentidos culturales, identitarios e incluso estéticos que tiene el graffiti en una urbe contemporánea como Quito. La función del graffiti como signo de expresión de identidad ha sido abordada ampliamente en diversos estudios sobre culturas urbanas. Para muchas de las personas que los realizan, el graffiti implica la visibilidad en el espacio urbano que usualmente le es ajeno, extraño o prohibido. Esto también es una ruptura y un acto de desobediencia. No tiene sentido hacer un graffiti en un espacio legalmente permitido. Además, como bien señala Santiago Estrella en su artículo para El Comercio (1), las paredes fueron y son el espacio para dejar mensajes de todo tipo, desde ideológicos y políticos, hasta notas de amor eterno. ¿Cómo puede hacerse esa furtiva comunicación en espacios legalmente permitidos, como muchos de los críticos paladines de la defensa de lo privado y lo público lo piden?

Luego, esta criminalización, como nos hace notar Andrés Delgado (2), también hace invisible el mensaje del graffiti en el metro. Los nombres pintados, además del logo del grupo (VANDALS!) son las marcas de identidad de quien hace la intervención, son sus seudónimos, sus marcas, sus señas particulares. Pero en el caso del metro de Quito, “Shuk, Skil y Suber no son seudónimos locales, sino importados del colectivo urbano VSK Crew. El “atentado” al Metro era, en realidad, un homenaje. Estos tres grafiteros murieron hace unas diez semanas atropellados por un tren del Metro de Medellín. Momentos antes, les circulaba la adrenalina por pintar otro tren estacionado”. Mirar la pintura y no el contenido es perderse de lo más importante de este fenómeno, no solo para comprenderlo, sino incluso para integrarlo o hacerlo parte de las expresiones de la ciudad.

Otra cuestión que se ha debatido mucho es si lo que han pintado puede calificar como arte. Esta es una discusión vana. El graffiti puede pretender ser arte, o no. No interesa. No es la vara con la que se debe juzgarlo. El arte, entre muchas otras cuestiones es valorado por su calidad estética, técnica, y de contenido. Las expresiones urbanas pueden tener todo ello y seguir fuera de la categoría “arte”. Nuevamente, tomar la representación por el objeto es un error de comprensión por parte de las autoridades y de la ciudadanía. Las voces casi unánimes condenando la pintada como un atentado al patrimonio de la ciudad dejan ver todo el prejuicio sobre lo que “debe ser” el espacio público, o el patrimonio. Sería interesante preguntar a esas voces que opinaban cuando por la misma construcción del metro se perdieron los vestigios arqueológicos que se encontraban bajo la plaza de San Francisco. O conocer su opinión erudita sobre la tala de los viejos árboles del parque La Carolina para la construcción de una gigantesca estación de metro cuya principal finalidad es convertirse en un centro comercial antes que un lugar de circulación de pasajeros.

Para mirar los detalles del gráfico pinchar en el enlace net_metro_grafiti

Finalmente, esta idea de la destrucción del espacio público por parte de vándalos se convirtió en la voz hegemónica en el “debate” social en redes. Lo esperable en este tipo de situaciones es encontrar polarización en las conocidas cámaras de eco. Usuarios con opiniones contrarias que interactúan entre sí y se refuerzan sus posiciones mediante esas interacciones. Lo más curioso de lo que ocurrió en Twitter respecto al graffiti en el metro de Quito es que esas cámaras de eco casi no existen. Apenas si hay una segunda comunidad que no está en contra ni a favor del graffiti que se pintó en el metro, sino que está en contra del alcalde directamente y sus cuentas principales son allegadas al correísmo. En la comunidad mayoritaria las voces principales son las del propio alcalde, la del municipio y algunos medios de comunicación. Este breve análisis de red habla de que las interacciones y los mensajes van acorde con la posición oficial del alcalde y del municipio en cuando a condenar el graffiti y criminalizar a quienes lo han hecho. Además de ello, por supuesto está el hecho de que el altercado puso al metro de Quito en el centro de la agenda pública. Si el alcalde Rodas lo hubiera planificado hubiera tenido muy difícil poner un tema en agenda y además con la opinión de su parte. Parece que le vino muy bien encontrar “casualmente” un enemigo público y convertirse en el protector del “patrimonio” de los quiteños.

Referencias

1.- https://www.elcomercio.com/tendencias/quito-grafiti-muros-memoria-tribal.html

2.- https://delgado.ec/blog/2018/09/11/apologia-al-grafiti-del-metro/

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