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EL INDIGENISMO PERDIDO EN ECUADOR

Las fotos sobre el Indigenismo Perdido en el Ecuador entre 1920 y 1930 un libro inédito de María Arboleda Vaca, publicado en mayo de 2021, al recordarse el primer año de su muerte.

Mujer indígena lavando ropa en un río con su hijo, es parte de la investigación realizada por María Arboleda sobre el Indigenismo Perdido.
Mujer indígena lavando ropa en un río con su hijo, es parte de la investigación realizada por María Arboleda sobre el Indigenismo Perdido. © Carlos Moscoso

Raúl Borja Núñez

María Arboleda inicia su ensayo (escrito en 1984, cuando tenía 31 años de edad) cuestionando el vacío en la historia de la fotografía del Ecuador, como también la ausencia de la interpretación estética y antropológica correspondiente, que, en su conjunto, desde la década de los veinte no reconocieron a la fotografía testimonial como parte del fenómeno notable del indigenismo.

En su opúsculo, ella sostiene que la colección básica del Archivo Audiovisual del Banco Central del Ecuador -repositorio conformado inicialmente a fines de los setenta del pasado siglo, con su aporte como investigadora-recolectora de las fotos en campo- reveló “un fenómeno que había pasado desapercibido: la existencia de un indigenismo fotográfico, que tenía elementos de coincidencia temática y temporal con el indigenismo de nuestra literatura y del pensamiento sociológico-político cristalizado hacia los años treinta (y) con el indigenismo pictórico (de) Guayasamín, Kingman, Diógenes Paredes…” Esa es su tesis. ¿Cuál es el contexto?

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Si la fotografía en el Ecuador, para los años que refiere María, ya tenía seis décadas de presencia (desde 1860), es después de la segunda década del siglo pasado cuando cuatro fotógrafos: Carlos Moscoso, Víctor Mena Caamaño, Remigio Noroña y Guillermo Illescas, ponen las bases de una fotografía que da testimonio de la presencia de los indios como la parte más expoliada de la sociedad, que venía levantándose sobre sus espaldas durante los cuatrocientos años de colonialismo predominante, sea éste con una fachada hispánica o criolla, dominada desde España o republicana.

Una warmi indígena embarazada.
Una warmi indígena embarazada. © Carlos Moscoso

Las fotos sobre “los indios” datan en el Ecuador quizás desde 1870, como retratos. También, posando como obreros, aparecen indios en una manufactura (obraje) en Otavalo, en 1890. Dice María: “… comienzan los indios a aparecer como elementos añadidos o implícitos de lo que se desea fotografiar: un parque, una fábrica, un camino, una estación del ferrocarril, un paseo por La Alameda, etc. Todo esto ocurre durante dos décadas, de 1900 a 1920.”

En el fenómeno que María denomina “El Indigenismo Fotográfico”, que se quedaría perdido (y luego ella se preguntará porqué), los fotógrafos mencionados tienen la intención de captar con su lente, “deliberadamente al indio (y) convertirlo –sin petición suya de por medio– en el tema de una parte de su obra”. Destaca la autora del grupo de los cuatro, a Guillermo Illescas, y le remite a lo que los hermanos Gernsheim, “pioneros de la investigación de la historia de la fotografía…” llamaron “observadores socialmente conscientes de su época”. Este es el punto nodal de vista de María Arboleda.

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La autora contextualiza su enfoque. En 1922 se publicó el ensayo sociológico que es el hito del indigenismo en el Ecuador: “El Indio Ecuatoriano”, de Pío Jaramillo Alvarado, un joven intelectual y jurista que ensayó en la sociología de inicios del siglo veinte, un enfoque crítico y propositivo de políticas “a favor del indio”. Hombre influido por el fenómeno continental del indigenismo, que comenzó en 1910 en México, y por las ideas socialistas avanti en todo el mundo. Libro que fue el punto de partida para que se aprueben reformas legislativas importantes, por supuesto con una visión de denuncia, enunciación de tesis e integración de los indios en una sociedad que estaba clamando desde sus bases y partidos de izquierda, por reformas estructurales.

Una familia indígena teje un sombrero
Una familia indígena teje un sombrero. Carlos Moscoso

Años después –dice María– vendrían los aportes de la literatura indigenista, particularmente la novela “Huasipungo” (Jorge Icaza, 1934), y de la obra pictórica: Guayasamín, Kingman, Diógenes Paredes. La medicina social también haría un aporte sólido al indigenismo como denuncia-reclamo-integración, particularmente el médico salubrista Pablo Arturo Suárez (1930). Finalmente, el Estado intentaría mediante la aprobación de leyes, que la sociedad reconozca los derechos al salario (jornal) y la educación (escuelas rurales), de la “población indígena”.

Mientras esto sucedía con gran ímpetu, las tormentas no amainaban. Las clases herederas del colonialismo, especialmente en la Serranía, resistían en el Congreso, el Ejecutivo, las Cortes, o mediante la ejecución de masacres a poblaciones indígenas. También, algunas órdenes religiosas trataban de sumar fuerzas con fines misioneristas, acciones dirigidas con dedicatoria a los indios amazónicos. En tal contexto, la denuncia testimoniada en la fotografía sobre el indio, quedaba sumida en la sombra, guardada en archivos familiares y encajonada en bibliotecas.

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Esa es la sustentación empírica del planteamiento de María sobre “El Indigenismo Perdido”. En su texto, ella es consciente de las limitaciones sociales, estructurales, políticas y culturales del indigenismo como corriente de ruptura, reforma e integración del indio en una sociedad heredera del colonialismo. Corriente activada desde “afuera”, esto es, gracias al compromiso de intelectuales, artistas, juristas, pertenecientes a sectores sociales medios.

Ese contexto no explica por sí mismo la marginación de dicha fotografía, campo donde los esos grupos promotores del indigenismo se “olvidaron” de incorporar a Moscoso, Mena, Noroña e Illescas, como miembros natos de una corriente fotográfica socialmente comprometida y de un fenómeno integrador llamado Indigenismo. ¿Cuál habría sido el motivo de esa exclusión?

Una pambamesa.
Una pambamesa. ©Remigio Noroña

La fotografía sobre el indio que prevaleció en el Ecuador desde los inicios del siglo veinte, fue documental y alegórica. Hubo notables fotógrafos que se permitieron –inclusive- retirar con artificios técnicos de la época, al indio, de sus fotos reveladas, pues, con sus palabras, “afeaban” el cuadro.

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En el mejor de los casos, el indio fue parte del “paisaje” andino y amazónico. Hubo cientos de ellos fotografiados en laboratorios, acomodados en escena. También hubo decenas de imágenes de indios circulando como postales por el mundo, inclusive con adornos coloreados ex profeso. Pero el indio fotografiado como objeto fungible del sistema colonial de explotación de la fuerza del trabajo, o como objeto de descarte de esa misma estructura, no fue reconocido.

El problema es mayormente cuestionador cuando fueron los intelectuales de la antropología, historia, sociología, jurisprudencia, estética, los que también se perdieron en el bosque del indigenismo, sin identificar esa “especie” que es la fotografía testimonial sobre el indio en el Ecuador, que, acaso causaba urticaria por su realismo social. El resultado de la investigación de María y su ensayo interpretativo -que es en gran medida hipotético- es un llamado de atención a ese olvido histórico.

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Personalmente creo que debió llegar Hugo Cifuentes (1923-2000) y ganar en 1983 un premio internacional sobre fotografía testimonial, para que en el Ecuador se empiece a reconocer dos valores de la fotografía materializada en ciertas circunstancias: la denuncia social y la calidad artística. Esto fue sesenta años después de que los cuatro fotógrafos revelados por María como pioneros del Indigenismo Fotográfico (Perdido), ya captaran con sus cámaras de la época, fotografías excepcionales, que bien habrían podido estar en galerías del mundo por reunir las condiciones de realización tecnológica de alta calidad y de composición artística, trasmitiendo al mismo tiempo la denuncia al sistema colonial imperante en el Ecuador de entonces.

María Arboleda inicia su ensayo (escrito en 1984, cuando tenía 31 años de edad) cuestionando el vacío en la historia de la fotografía del Ecuador, como también la ausencia de la interpretación estética y antropológica correspondiente, que, en su conjunto, desde la década de los veinte no reconocieron a la fotografía testimonial como parte del fenómeno notable del indigenismo.
María Arboleda inicia su ensayo (escrito en 1984, cuando tenía 31 años de edad) cuestionando el vacío en la historia de la fotografía del Ecuador, como también la ausencia de la interpretación estética y antropológica correspondiente, que, en su conjunto, desde la década de los veinte no reconocieron a la fotografía testimonial como parte del fenómeno notable del indigenismo. ©Raúl Borja Arboleda

Raúl Borja Núñez, Quito, 1 de julio de 2021

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