Written by: Destacadas Opinión Política

LAWFARE, OTRA FARSA DEL CORREÍSMO

Los reveses que acumula el correísmo rebasan el escenario de su des hegemonización como fuerza dominante de la sociedad ecuatoriana, al punto de que su principal referente está procesado por más de un delito en el que estaría involucrado.

Y es que una avalancha de denuncias, pedidos de versión y solicitudes de medidas cautelares se han presentado contra Correa en los órganos de justicia y control, más los que han progresado no son los relacionados al fracaso económico del país, ni a la corrupción generalizada de la anterior década, sino aquellos vinculados con el autoritarismo y la prepotencia que lo amenazan con la cárcel.

La respuesta del ex presidente es la de calificar a estos procesos judiciales como lawfare, es decir, el uso de la justicia como arma para destruir a los líderes de los gobiernos llamados alternativos.

El lawfare resulta de una contracción gramatical de las palabras anglosajonas law (ley) y war (guerra), su ascendencia doctrinaria tendría la impronta de las fuerzas armadas norteamericanas, que en sus manuales lo caracterizan como método de guerra no convencional -guerra jurídica o persecusión política- en la que jueces y fiscales operarían órdenes de los sectores tradicionales de poder, para destruir la imagen de un oponente e inhabilitarlo ante cualquier contienda electoral.

Esta justificación teórica es útil a los intereses de Correa, pero además sirve para la exculpación mediática que la familia Kirchner, Lula y Dilma Rousseff orquestan en el subcontinente americano.

Contrariamente al delirio de persecución, fue el mismo Rafael quien consolidó una estructura panóptica para domesticar y homogenizar a la sociedad, a través de la vigilancia y el castigo. Fue él quien metió la mano a la justicia, el que corporativizó las instituciones del Estado bajo su autocracia, ejerció el linchamiento mediático, criminalizó la lucha social y sancionó a la oposición política para disfrutar de un aparato que le garantizaba inmunidad vitalicia, regentada por su omnipotencia.

Pero no se trata de un karma o un enorme boomerang lo que enfrenta Correa, es sólo el efecto de sus delitos, por lo que el discurso del lawfare únicamente pretende disfrazar la correlación de fuerzas actual, en la que el declive del progresismo se acerca a la agonía de sus proyectos políticos y a la prisión, por ello emerge la autovictimización de los caudillos, pues quieren perennizar su impunidad.

El ex mandatario pasó de sentenciar en las sabatinas a declararse perseguido, pasó de ser el dueño de las cortes y tribunales a definirse como víctima; sencillamente el movimiento de la rueda de la historia, cuyo motor es la lucha de clases, está colocando al correísmo en su debacle: derrotado en la Consulta Popular, purgado de la instucionalidad, investigado por violación de los derechos humanos y por dirigir una horda de corruptos.

Hasta ahora las masas trabajadoras fueron las protagonistas de esta nueva realidad política y social, en adelante les corresponde vigilar para que la justicia cumpla su papel y exigir que no se acepte la solicitud de exilio, como amenaza el autócrata.

Esta crisis política que experimenta el Ecuador, quizá la más larga desde el retorno a la democracia formal, sólo se resolverá cuando se imponga definitivamente el pueblo sobre el correísmo.

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